Hace unos días me pasó algo muy curioso que me hizo pensar en lo fácil que es enfadarse y reaccionar de la forma que no nos gusta. Cuando alguien se dirige a nosotros de manera airada o prepotente es tremendamente fácil contagiarse de esa reacción y entrar en esa sintonía de ser borde. Es como sintonizar con el canal tonto de cada uno.
A veces te pillan desprevenido…
Estaba en el quiosco de la estación de tren. Como sabéis, me gusta llegar con tiempo a los sitios y disfrutar del tiempo de espera observando a la gente, paseando por las estaciones o aeropuertos, hojeando libros y revistas… Lo considero como un rato precioso para mí antes de partir de viaje. Pues bien, estaba en uno de esos ratos, hojeando un libro, y vino un señor y me preguntó si era Rafael Santandreu. Con una sonrisa le dije que sí, que era yo mismo. Su cara cambió y empezó a decirme que qué bien tenerme delante porque así podría decirme lo que pensaba: que exageraba, que no era cierto que se pudiese ser feliz en todas las situaciones y que le parecía un psicólogo del tres al cuarto, que lanzaba un mensaje infantil y que él no era el único que pensaba así.
La clave para no responder en el mismo tono es no sentirse amenazado, verlo como algo ajeno.
Las opiniones son bienvenidas
No es algo que suela pasarme a menudo, la verdad. De hecho, suelo pasar bastante desapercibido y la gente no es tan atrevida. Por eso estaba un poco perplejo. Para mis adentros pensaba que qué le pasaba a este señor para estar tan enfadado y una parte de mí estaba molesta, no lo niego. A qué santo venía alguien y empezaba a hacerme críticas de esa manera. Pero me dije, Rafael, esto es lo que te gusta, ¿no? La espontaneidad, aquí la tienes. Al publicar algo, inmediatamente te expones a todas las opiniones ajenas.
Pensé en cuántas personas se hubiesen sumado a ese discurso de crítica y hubiesen iniciado una discusión que desde fuera se hubiese visto como una pelea de gallos. Absurdo. Y muy fácil de hacer. Dan ganas de responder en el mismo tono si uno lo oye como amenaza, como crítica personal. Esa es la clave. Escucharlo como discurso ajeno. Este hombre hablaba de su opinión, no de mi persona.
Escuchar con el corazón, sin defensas
Esta separación es fundamental. Poder escucharle sin levantar respuestas defensivas como, por ejemplo, “usted es libre de leer lo que quiera “o “nadie le ha pedido opinión”… Hubiese sido responder con otro guante.
Practicar la filosofía de la aceptación radical
Sin duda, prefiero la filosofía de la aceptación radical. Puedes decirme lo que quieras y yo puedo separarlo de mi valor como persona. Por eso puedo no asustarme si un perro me ladra, porque sé que solo es eso. Una sonrisa llega más lejos que un discurso. Y, desde luego, es más elegante. Así que dejé que se expresara libremente, sin interrupciones y con calma. Para él era importante decirme todo esto, seguramente le ayudaba de alguna manera, quise pensarlo así; aunque yo no lo necesitaba, podía usarlo para practicar la paciencia.
Respirar y responder con un “Hablemos”
Cuando terminó, se me quedó mirando. Le di la mano, le di las gracias por su honestidad y le dije que pocas personas se tomaban tan en serio lo que yo decía, que se lo agradecía y que si tenía alguna sugerencia, la tendría en cuenta. “Vaya –me dijo– ¿se burla de mí?”. “En absoluto –contesté–, he estado escuchando con atención, pero no voy a cambiar mi manera de pensar; lo que sí voy a hacer es pensar en qué podría hacer yo por usted”.
Empezamos a hablar de su punto de vista, de las diferencias de nuestros enfoques y confieso que lo que había empezado como un aviso de batalla acabó con una conversación muy enriquecedora.
¿Cómo lo hago?
- Escucha, escucha de verdad.
- Respira y no interrumpas.
- Recuerda, un enfado es una invitación, no un contagio.
- Responde de forma clara y amorosa.
- Él está enfadado, tú no. Mantente así.
- No exijas llegar a acuerdos. Respetarse es suficiente.
- Agradece, nadie está obligado a tratarnos bien todo el tiempo.