El cine está lleno de títulos azucarados como ‘Un pedacito de cielo’, en el que una brillante ejecutiva cae enferma y acaba enamorándose de su médico. En la literatura, el amor entre doctor y paciente también ha sido siempre un argumento fascinante que asumimos como utópico, hasta que acaba convirtiéndose en realidad. Carlos tuvo una aparatosa caída en moto que le llevó a ingresar en Urgencias del madrileño hospital de La Paz. Después de ese bache desafortunado, lo último que pudo imaginar es que ahí, entre fonendos y batas blancas, encontraría en los boxes de traumatología a su mejor casualidad. Qué acertado aquel que dijo que “el amor son un montón de heridas y, a la vez, la cura de todas ellas”.
La boda de Marina y Carlos.
una historia de película
“Cuando vino a revisión, me dejó su teléfono descaradamente. Yo no di ningún paso adelante para que no interfiriera en mi trabajo”, revela Marina. El muro infranqueable de la profesión se derribó tiempo después, cuando él, tras buscar su nombre entre los informes médicos, la encontró a través de las redes. El resto ya es historia en este guion de película entre una vasca y un andaluz -para más inri- que acabó en pedida de mano en las lomas de un volcán en la isla de Lanzarote. “Lo de casarse no iba con él, por eso me sorprendió el doble”, asegura la novia.
Marina y Carlos durante la ceremonia.
Planearon su boda con la calma de quien pisa sobre seguro y el respaldo de su wedding planner, Rossi Landázuri. “Saben cómo capear un contratiempo, ¡hasta el de añadir un cubierto más la misma mañana de la boda!”. El día amaneció radiante aquel 23 de julio, al abrigo del manto verde, amarillo y rojizo que regalan siempre los viñedos de La Rioja Alta. La Hacienda El Ternero fue el sitio elegido para celebrar el enlace, un lugar anclado en el tiempo con tierra, raíces y piedra que acogió a sus 120 invitados. Fue una boda íntima, muy personal, con sonrisas eternas capturadas por el objetivo de James Sturcke y Lucía Delgado, gran amiga de la novia.
La entrada de Marina a la Hacienda El Ternero del brazo de su padre.
Un vestido de diva de Hollywood
Esta historia de película se merece, cuanto menos, un vestido de película. ¿Y qué mejor inspiración que una de las grandes divas de Hollywood? “Siempre me ha gustado la moda y arreglarme cuando tengo una cita importante. Mi boda era la excusa perfecta para ponerme el vestido más especial. Tenía muy claro lo que quería”, asegura Marina. Nos trasladamos a 1953 para rescatar aquel inolvidable look de color fucsia que encumbró al olimpo de las actrices a Marilyn Monroe en “Los caballeros las prefieren rubias”. Un vestido que forma parte del imaginario popular, tan reconocible como su cabello platino y tan icónico que hasta tiene una entrada propia en Wikipedia. Ese diseño de satén en palabra de honor, confeccionado por la varita mágica de Travilla y con un enorme lazo en la espalda, fue su inspiración definitiva.
El vestido de novia de Marina deja todo el protagonismo a la espalda con su lazo XXL.
Los lazos siempre han tenido un peso especial a la hora de componer un look nupcial, tanto es así que, cada temporada, firmas como Carolina Herrera los reinventan para sus colecciones bridal. Lejos de confiar en las agujas más reconocidas de la industria, Marina jugó en casa y apostó por el talento de una mano amiga, la de Mari Castillo, íntima de su madre. “Cose por afición, pero es una maravilla. Ya me había hecho algún vestido de invitada. Como es de Córdoba, también hace trajes de flamenca. Sin embargo, es la primera vez que se atrevía con un vestido de novia”. El resultado no pudo ser mejor. “Le dije incluso que me cosiera una etiqueta con su nombre. ¡Tenía que llevar su firma!”, recuerda.
Marina vestida de novia camino al altar.
cosido a mano
Visitaron Esquibel, una de esas maravillosas casas de telas del Bilbao de toda la vida que resisten al paso del tiempo. Aún se pueden encontrar allí verdaderas joyas, como esa seda salvaje con caída espectacular que eligieron para dar forma a su vestido. La base llevaba la sencillez por bandera: un escote palabra de honor ligeramente redondeado, un elegante largo midi que dejaba al descubierto sus sandalias personalizadas de Salo Madrid y una cintura enmarcada que fue la clave del diseño: de allí prendía una cola desmontable sobre la que se asentaba el enorme lazo, cediendo el protagonismo absoluto a la espalda de la novia. “Mantener la gran lazada fue todo un reto. ¡Se hizo y se deshizo infinidad de veces!”, reconoce Marina.
La novia en el momento del 'getting ready', con vestido desmontable hecho a mano por Mari Castillo.
Este vestido de líneas esenciales y depuradas desvela el romanticismo nostálgico de la Edad de Oro de Hollywood y no podía ir acompañado de otras joyas que no fueran unos brillantes de herencia familiar, que por algo "diamonds are a girl´s best friend", que cantaría Marilyn. Fueron unos sencillos pendientes engastados que sustituyó por otros más grandes y de estética festiva en el momento de la fiesta, firmados por Mibúh.
Marina, la novia, en un coche de camino al altar.
También se despojó de la cola y el lazo para estar más cómoda durante el resto de la velada, amenizada por Música Levisa, Banda La Matina y catering del Hotel Echaurren. Además, añadió unos guantes largos como los que llevaba la diva californiana en la famosa película. Para el ramo, eligió peonías blancas y hojas de un magnolio como el que tiene su jardín.
Marina y Carlos durante la ceremonia.
Mari Castillo cosió el vestido más importante de la vida de Marina, y ahora también está tejiendo ropita para el nuevo miembro que viene en camino. Porque, como en toda buena película, este guion de contratiempos y paradojas acaba siempre con final feliz: el de una dulce espera con la que pronto sumarán un nuevo capítulo en sus vidas.