¿Recuerdas la parábola del hijo pródigo? Aquel hermano al que su padre perdonó y recibió con los brazos abiertos organizando una espectacular fiesta, tras haberle exigido su parte de la herencia, irse a recorrer mundo, malgastarla en vicios y quedar en la más absoluta ruina teniendo que regresar al hogar paterno humillado y pobre.
Sí, es un buen ejemplo del perdón, del arrepentimiento y de que un padre siempre estará ahí para sus hijos. Pero también hay otra lectura más, ya que el hijo pródigo tenía un hermano que siempre estaba allí para su padre, cumplía con sus obligaciones, era buena persona, cariñoso, trabajador y atento. Imposible no empatizar con él cuando, al regresar el hermano, él se extraña por la actitud del padre que manifiesta alegría y emoción y no le da ni una ligera reprimenda, pese a que él mismo se ofrece a ser siervo de su familia consciente del error que ha cometido.
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Dar y no sentirte valorada por los demás puede afectar a tu autoestima.
Al preguntarle por su comportamiento, el padre le explica que por supuesto que le valora, pero que no es esa la cuestión y pone el foco en la alegría de recuperar algo que se creía perdido y en el amor de los padres a los hijos por encima de todas las cosas, fácilmente entendible para quienes somos madres o padres.
La fuerza de la costumbre
Este padre sí valoraba y agradecía a su hijo responsable el hecho de estar siempre a su lado, pero es fácil entender al hijo y que quizá tuviera la sensación contraria, salpicada con una ligera envidia, ya que imaginamos que lo suyo le costaría trabajar siempre de sol a sol, como también cuenta la parábola.
Y es que, la fuerza de la costumbre acaba por normalizar situaciones que al final acaban por convertirse en una obligaciónpara quien comienza a hacerlas desinteresadamente y, de hecho, pueden acabar volviéndose en su contra. Tal como dice la coach Vanessa Carreño: "El problema está en creer que darlo TODO es algo positivo, que dice algo bueno de ti. Precisamente por eso, por haber dado tanto, es por lo que después nos enfadamos cuando no recibimos lo mismo."
Todas conocemos situaciones parecidas. Imagínate un ejemplo cotidiano en el trabajo, cuando una persona hace algo más de lo que le correspondería derivado de su amplio (y a veces mal entendido) sentido de la responsabilidad.
Al final, siempre hay alguien que termina abusando de su buena voluntad y esta persona puede verse de repente con una serie de obligaciones que no tendría por qué asumir pero que acaba haciéndolo por no saber cómo gestionarlo, suponiendo un estrés y desazón para su bienestar. Y lo peor de todo es que, de no hacerlo, encima podríamos recibir críticas o desplantes por quienes esperan lo contrario. Ya lo decía Paulo Coelho: "Deshazte de quien duda de ti, únete a quien te valora".
Ponerse en el lugar del otro
Ya sabemos que la fuerza de la costumbre, no saber decir que no o el síndrome de la niña buena por el que nos sentimos obligadas a asumir un determinado tipo de comportamiento, son algunas de las causas por las que solemos dar cada vez más.
Hagamos un ejercicio de empatía y pongámonos en el lugar del otro para entender por qué la otra persona no valora esa actitud. Principalmente porque lo fácil parece que vale menos, es decir, valoramos más lo que nos cuesta un esfuerzo que lo que nos parece regalado.
Es importante hacernos valer, cultivar nuestro amor propio, no dejarnos llevar por la inercia y marcar unos límites. Esto es importante sobre todo a nivel de pareja, ya que nos podrían entrar dudas sobre si una persona está con nosotras por estar.
Aprender a parar
¿Tiendes a encontrarte en estas situaciones ya sea a nivel laboral, familiar, social o de pareja? Piensa si eres una persona generosa que da, o hay algo más detrás que pueda estar perjudicándote. Por ejemplo, una excesiva dependencia de otra persona, inseguridades laborales o el miedo a quedarte sola sino cumples las expectativas de los demás.
Es importante marcar límites y, sobre todo, valorarte a ti misma. Tal como decía el filósofo Epícteto: "Nadie vale sino lo que se hace valer". Hay ciertas señales que manifiestan que no lo haces como por ejemplo:
- Te cuesta ver las cosas positivas que los demás ven en ti (el llamado síndrome del impostor).
- No sabes decir que no, o sea, falta de asertividad.
- Piensas que nadie quiere estar contigo y crees que esta es la mejor manera de conseguirlo.
Si no te valoras lo suficiente, puede que acabes haciendo las cosas por contar con la aprobación de los demás, no como un acto desinteresado de generosidad. Además, muchas veces este puede ser el germen que dará lugar a una relación tóxica.
A veces, resulta muy útil buscar ayuda profesional que nos oriente sobre cómo gestionar esas cuestiones y favorecer nuestra autoestima. Todas nos merecemos que nos quieran y, por supuesto, querernos a nosotras mismas, aunque a veces nuestros mayores obstáculos seamos nosotras mismas.