El pesar de ser princesa es tema recurrente en la crónica 'royal'. Basta con revisar las monarquías europeas, en las que son cada vez más las mujeres han acabado por alcanzar ese rol en una Casa Real a pesar de su origen plebeyo. Sean de más o menos alta casta, atrás quedan los tiempos de la conveniencia y la tradición más medieval. Dar carta blanca al amor verdadero de Reyes y herederos ha resultado en una nueva generación de reconocidas consortes. Y no solo en Europa, porque fuera de las fronteras del continente también hay quien siente el abrumador peso de la institución sobre sus hombros. Para muestra, el caso de Masako de Japón.

Son ya más de treinta años los que hace que la joven que soñaba con ser diplomática aterrizó en la familia imperial japonesa. Nunca fue esa su intención, cabe destacar. Al fin y al cabo, ella había dedicado mucho tiempo a formarse y adentrarse en la dinastía, aunque fuese por amor, truncaría sus planes de futuro por completo. Es por eso mismo que convencerla de que se casase con Naruhito, actual emperador del país nipón, no fue tarea fácil. Él, que vivía presionado por el hecho de seguir soltero y no tener descendencia, devolvió esa presión en su amada. Incentivada también por la emperatriz Michiko, no hubo otra opción. Se casaron y así, por sorprendente que parezca, la tristeza eclipsó todo sentimiento en ella para el resto de sus días.

De la tristeza más profunda a una mejora progresiva

Es probable que ella nunca hubiera augurado que acabaría en esta situación. Tan sencillo como que, hasta el momento de contraer matrimonio con el entonces príncipe heredero, en su vida había muchos motivos de alegría. Masako gozaba con una preparación impecable en el ámbito académico. Se había graduado en Ecónomicas con estudios en universidades tan prestigiosas como Harvard o Cambridge y hablaba cinco idiomas con total fluidez. Nada parecía poder entrometerse entre su propósito de acabar trabajando en una embajada, pero el destino tenía otros planes para ella.

Después de algún que otro disgusto amoroso, el ahora emperador Naruhito vio en ella a la persona ideal para el resto de su vida. Ella, por su parte, siempre se mostró reacia a entrar en la jaula de oro. A renunciar todo lo que había construido por el Palacio imperial, y desandar todo el camino recorrido para comenzar uno nuevo. Pero lo acabó haciendo, aunque algunos sectores del poder no estuvieran del todo de acuerdo con su aterrizaje en el clan. No cumplía requisitos básicos para asumir el puesto, apuntaban, como ser virgen o que más bajita que el príncipe. Sea como fuere, de nuevo el destino hizo que no la descartasen. Quién le hubiera dicho a aquella joven Masako que, con el paso de los años, hubiera deseado que así fuera.

Masako de Japón
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El cambio de vida comenzó incluso antes de la boda, que se celebró en 1993. En el olvido quedó para siempre su aura de modernidad e independencia. También su autoestima, completamente opacada por la importancia de aprender las costumbres y tradiciones de la Corte. Principios como la sumisión se apoderaron de su persona. Los complejos cayeron sobre ella desde una oscura nube gris, con la exigencia de adaptarse a la perfección a la rigidez del protocolo. Uno de los más duros del mundo. Eso y estudiarse al detalle cada uno de los 500 rituales y actos de ofrenda propios de la familia imperial cada año. Proceso cuando menos agotador que derivó en una metamorfosis sin igual.

Las imposiciones y obligaciones de su posición, además de la presión popular por quedarse embarazada y engendrar un varón, derivaron en un gran estrés. Después vendrían severos problemas de salud mental, como una depresión crónica e incluso un trastorno de adaptación por las responsabilidades de su cargo. Así lo admitieron desde el Palacio Imperial, en vista de la imposibilidad de que Masako tuviese una agenda institucional al uso. Apartada de la gran mayoría de eventos para no agravarse, tratando de mejorar y encontrar su lugar, mientras los más conservadores llegaron a pedir Naruhito que la repudiara. No lo hizo nunca, y así fue como el 1 de mayo de 2019 y tras la abdicación de su suegro Akihito, se convirtió en emperatriz. Arrastrando, de todos modos, la estampita de 'princesa triste' que la persigue desde hace más de tres décadas.

La última (e incompleta) aparición pública de Masako

Fue hace algo más de un lustro cuando, antes de asumir su ascenso al trono del país del sol naciente con motivo de su 55 cumpleaños, sorprendió al mundo con unas declaraciones públicas. "Quiero dedicarme en cuerpo y alma a la felicidad de la gente, así que me esforzaré para ello mientras voy aprendiendo y ganando experiencia", se confesó, admitiendo también que todavía "a veces me siento insegura sobre en qué medida seré capaz de servir a mi pueblo". Pero en ningún supuesto le ha faltado la intención, y en el 2024 la podemos ver siendo parte de viajes de Estado. Para muestra, su reciente visita al Reino Unido.

Camilla y Masako
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Carlos III y Camila acogieron a la pareja imperial, con una apretada agenda que, por desgracia, Masako no ha podido seguir al completo. Y es que a pesar de sus esfuerzos, lidiar con situaciones en las que la exposición -y la expectativa- es tal sigue siendo un reto mayúsculo para ella. Es por eso mismo que, aún y no haberse perdido la cena de gala y otros tantos actos, tuvo que hacer un parón en el segundo día por recomendación de sus médicos. El paréntesis necesario para no fallar a la despedida oficial en Buckingham y concluir sus días en suelo británico como es debido. Sin perder la sonrisa de cara a la galería, además.