Los medios británicos no albergan ninguna duda: Kate Middleton ha corrido con unas culpas que no le pertenecen. Es la cabeza de turco de una crisis sin precedentes que amenaza con hacer tambalear la Corona británica. Y, todo esto, sin tener muy claro ni dónde está, ni cómo se encuentra, ni qué le pasa. 

Su situación de princesa desaparecida tiene a todo el mundo pendiente de ella. Una ausencia nueva, pero que, a la vez, resulta tremendamente familiar. Y es que, hace tan solo tres años, estábamos en una situación parecida. Eso sí, con otra mujer imprescindible dentro de las royals europeas, Charlene de Mónaco. Auténticas reinas de la volatilización. 

Kate y Charlene: estrategias similiares para ocultar lo evidente

Vayamos atrás en el tiempo, más concretamente, a marzo de 2021 cuando Charlene de Mónaco, de viaje a Sudáfrica, su lugar de nacimiento, desaparecía sin dejar rastro. La princesa de la melancolía eterna había viajado en solitario, sin la compañía de sus hijos ni de su marido para visitar a unos familiares. Y entonces pasó: una infección de garganta que se fue complicando. Aparentemente, la esposa del príncipe Alberto no podía viajar, su situación médica le impedía volar. Supuestamente, estaba atrapada en Sudáfrica. Y así pasaban las semanas. 

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Pasó marzo, mayo, junio y julio. Y Charlene seguía sin volver a Mónaco. La gente empezó a hacerse preguntas. La explicación que desde principado se dio hacía aguas. ¿Qué infección dura tanto tiempo y no le permite coger un avión?

Kate y Charelene, víctimas de la rumorología

La rumorología empezó a trabajar. Entonces se habló de crisis, algo tan presente en el matrimonio que les lleva acompañando desde antes de su propia boda. También se habló de otros problemas de salud, que nada tenían que ver con una infección en las vías respiratorias. Se especuló con un mal procedimiento estético que había dejado a Charlene completamente desfigurada y que necesitaba más cirugías. Después, que lo que le pasaba era que lidiaba con una profunda depresión… Nada confirmado. Y, desde Palacio, en lugar de arrojar luz sobre la situación, solo ofrecían fotos de los mellizos Jacques y Gabriella posando desde las balconadas con carteles de “te echamos de menos, mami”. El mundo entero estaba enloquecido. ¡Y ellos no hacían más que alimentar los rumores con estos comportamientos!

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Errores y más errores a la hora de comunicar

Mucho se critica ahora los errores que están cometiendo los Windsor, pero los de los Grimaldi, hace solo tres años, fueron aún mayores. Ya que continuamente daban pie a la especulación; con una historia poco sólida que hacía aguas por todos lados. Eso sí, no se lanzó ninguna foto misteriosa repleta de photoshop. En esto, fueron mucho más profesionales.

Y lo que iba a ser una estancia de un par de semanas acabaron siendo diez meses de ausencia en el principado. Cuando la princesa triste regresó a los brazos de su marido y sus hijos, lo hizo para volver a marcharse. Entonces ya no hubo excusas, y, por primera vez, se dijo la verdad. Charlene debía cuidar su salud mental. La ex nadadora olímpica viajó a Suiza, a una prestigiosa clínica donde recibió tratamiento. El príncipe Alberto alegó que su esposa tenía un cuadro de “profundo agotamiento” y necesitaba descansar. Unas explicaciones que muchos tomaron como demasiado vagas. ¿A qué se debía el cansancio de Cherlene? ¿Había algo más? De nuevo, volvieron a callar. Y es que, aunque se hable mucho de derribar todos los tabúes que rodean a las enfermedades mentales, lo cierto es que aún queda mucho camino por recorrer...

La gran predecesora: Sissi, la primera royal ausente

Charlene no fue la primera ‘royal’ en hacer frente a un cuadro parecido. De hecho, la melancolía, la tristeza extrema o, sí, el agotamiento mental, lleva ligado a las mujeres pertenecientes a la realeza desde tiempo inmemorial. No nos olvidemos de esa Sissi, convertida en emperatriz de Austria y sumida en una eterna aflicción. Era su carácter. Flemático, melancólico, dado a las ensoñaciones y descontento por naturaleza. Siempre fue así, pero convertirse en la mujer del emperador Francisco José acrecentó todo mucho más.

Sissi se agobiaba por unas estrictas normas que desconocía por completo, pensaba que no estaba a la altura y no podía quitarse la sensación de ser la absoluta comidilla de todos. Se sentía desvinculada de sus obligaciones y pensaba que la vida podía ser mucho más. De ahí sus misteriosas ‘desapariciones’. Ella también se ausentaba. La emperatriz acostumbraba a desvanecerse de los planes del emperador. Con los años, solo encontró paz en viajar y a ello se dedicaba. Solo entonces podía sentir que ella estaba al mando de su propia vida. Y es que cuanto mayor fue su estatus, menor era su libertad; y eso la asfixiaba hasta dejarla sin aliento. 

Casi doscientos años más tarde, la historia volvía a repetirse. Los personajes cambiaban y los tiempos también parecían hacerlo en consecuencia, pero los sentimientos de sus protagonistas se mantenían intactos. La misma sensación que presentaba Sissi, Charlene también la anidaba en su pecho.

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Cuñadas y ¿villanas?

Fueron diez largos meses sin saber apenas nada de la representante del principado ¡La madre del heredero, nada menos! Era necesario buscar una sustituta que estuviera a la altura: y la elegida no fue otra que Carolina, la hermana mayor de Alberto, quien, de no haber existido la ley sálica, habría sido la cabeza visible del trono de Mónaco. La princesa tomó el relevo y se encargó de ser aquello que, en realidad, estaba destinada a ser.

Dicen que la relación entre cuñadas nunca fue buena, pero tras la prolongada ausencia de Charlene fue mucho peor. Carolina se mostraba como una profesional de demostrada solvencia, capaz de transmitir seguridad en un momento de gran incertidumbre para la casa real. La hija mayor de Rainiero y Grace Kelly era la mejor sustituta posible.

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Cuando Charlene regresó tras su baja, y retomó sus responsabilidades, Carolina se hizo a un lado. No sin cierto aire de disgusto y tragando con volverse a ver relegada a una posición secundaria.

Kate Middleton también está teniendo su propia Carolina; y, de nuevo, es su cuñada. La enemistad entre la británica y Meghan Markle es ya histórica. Dicen que su mala relación empezó por un gloss que una no prestó a la otra. Guerras empezaron con menos. Realidad o ficción, todo contribuye a alimentar el mito de ‘feud’ entre la inglesa y la estadounidense.

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En estas semanas de ausencia, Meghan Markle ha estado sorprendentemente activa. No ha parado de realizar actividades, algunas de ellas de corte solidario; ha cambiado el logo de su página web y, además, ha vuelto a redes sociales. Muchísimo movimiento para una personalidad que no acostumbra a prodigarse demasiado. Quizás, toda esta desconcertante actividad obedece a que un estudiado plan para aprovecharse de la caída en desgracia de la imagen de Kate, siempre elegida por los británicos como el miembro más querido de la familia real británica.

Princesas desaparecidas, princesas ausentes y princesas víctimas del misterio. Rodeadas de secretos, de verdades a medias y de conjuras. Pasaba hace doscientos años y sigue pasando ahora. Es la maldición de la soledad de la corona.