Seguro que más de una vez te has puesto autobronceador y has acabado con una piel más parecida a la de una cebra que a la de alguien que viene de pasar una semana en el Caribe. O puede que hayas renunciado a usar estos cosméticos por miedo a acabar como Ross en Friends. Pues ni una cosa ni la otra están ya justificadas, porque con nuestros trucos podrás utilizar estos productos y obtener un bronceado precioso y natural.
Trucos para usar el autobronceador bien
- Exfoliar antes (y durante). 24 horas antes de utilizar el autobronceador es conveniente exfoliar la piel para partir de una base lisa y uniforme. Unos 4 días después de aplicarlo, conviene volver a exfoliar la piel. No te preocupes, porque no se te quitará, simplemente tendrás un aspecto uniforme de nuevo.
- Aplicarlo antes de dormir. Aplica el autobronceador justo antes de irte a dormir, así te levantarás ya con el tono subido y solo te faltará darte una ducha para conseguir el efecto que deseas. Eso sí, mejor dormir con ropa ancha y de colores oscuros para evitar las manchas (aunque luego salen bien en la lavadora).
- Elige la textura adecuada para ti. Si tienes la piel muy seca elige texturas que ofrezcan un extra de hidratación, pero si no, puedes optar por la que te resulte más cómoda de aplicar o te resulte más agradable. Si tienes la piel sensible, también puedes buscar una específicamente formulada para ello. O, por ejemplo, si tu piel es naturalmente oscura, busca uno que sea para tu tono de piel y así no acabarás naranja.
- Aplícalo con guantes. Las manos pueden dejar marcas y cortes al hacer los pases con los dedos. Es mejor hacerlo con unos guantes específicos.
- Cuidado con las manchas. Las zonas hiperpigmentadas, como los codos o las rodillas, o si tienes alguna mancha en otra zona del cuerpo se podrían quedar más oscuras con el autobronceador, así que protégelas previamente aplicando una fina capa de vaselina.
- Utiliza hidratante a diario. Es esencial que para mantener un bronceado bonito, uses una crema hidratante todos los días después de la ducha.
Por Sonia Murillo